El renacer de Criss Amengual
Un testimonio de identidad, valentía y libertad en plenitud
A los 62 años, esta reconocida estilista angelina, dueña además de Kity Boutique, decidió iniciar su transición de género. Hoy, con 63 y viviendo plenamente su identidad, comparte su historia con valentía, dignidad y con la convicción de que nunca es tarde para ser feliz.
Por Soledad Durán B.

Las luces estaban apagadas y sólo el resplandor de las velas en la torta iluminaba los rostros de la treintena de invitados que rodeaban a Criss. Todos esperaban que soplara y pidiera sus deseos de cumpleaños, pero tenía algo que decir antes. Con voz clara y tranquila, anunció: “Quiero contarles que he decidido iniciar mi transición de género”. El silencio que siguió duró apenas unos segundos, porque pronto llegaron los aplausos, los abrazos y una emoción que envolvió el ambiente.
Era junio de 2024, y a sus 62 años, Criss Amengual comenzaba, quizás, el camino más importante de su vida. Un andar que no nació de la improvisación, sino de décadas de angustias y certezas. Hoy, con 63, vive abiertamente como mujer transgénero, contenta y luminosa. Desde su boutique “Kity”, en la avenida Gabriela Mistral de Los Ángeles, comparte su historia con la misma elegancia con que cada mañana se viste frente al espejo, segura de estar, por fin, en el lugar correcto.
Antes de vivir en plenitud como Criss, su identidad femenina latía en silencio bajo el nombre de Cristian. Un joven angelino que, a los 18 años, dejó Chile y partió solo a Estados Unidos, sin saber inglés ni tener claro lo que la vida le depararía. Fue allá donde descubrió el estilismo, oficio que marcaría su destino y que, con los años, se volvería también una forma de expresión y sanación.
“Al llegar a Nueva York entré como ayudante de aseo a un salón de belleza, limpiaba los cepillos, las toallas. Luego me asignaron preparar los rostros de las clientas para el skin care. Un día, el dueño del local me observó asistiendo al maquillador y me dijo que tenía talento, que debía estudiar. Seguí su consejo, me capacité en maquillaje profesional, y desde ahí cambió todo” recuerda.
Su habilidad la llevó a trabajar como maquilladora internacional de Estée Lauder durante dos décadas, realizando giras y entrenamientos de la marca, visitando diversos países de América Latina y el Caribe, formando a muchas profesionales del rubro para posteriormente regresar a Chile y llevar sus conocimientos a lo largo de todo el país; también a hospitales donde se dedicó a apoyar a través de su asesoría a mujeres en situaciones de vulnerabilidad.

“Llevaba pelucas, maquillaje, enseñaba a dibujar cejas. Me tocó trabajar con mujeres con cáncer, VIH, o que pasaban por momentos de baja autoestima. Era un trabajo de belleza, pero también de reconstrucción emocional. El maquillaje ha sido mi lenguaje”.
Criss, ¿cuándo comenzaste a sentir que tu identidad no coincidía con la forma en que eras percibida?
Desde muy niña me sentí distinta. Siempre fui muy femenina. Pero en mi época no existía ni el lenguaje ni el contexto para entender lo que me pasaba. Lo que se esperaba era que uno encajara, que se adaptara. Yo intenté. Viví por muchos años como un hombre gay, pero tampoco me sentía cómoda ahí. No era mi lugar. Era un conflicto interno muy grande.
¿Y cuándo tomaste la decisión de iniciar tu transición?
A los 50 cuando regresé a Chile, pero no me atreví. Era el miedo, el qué dirán, la familia, la ciudad chica. Yo venía de vivir por 20 años en Nueva York, un mundo donde uno podía vivir su verdad, y de pronto, me sentía atrapada. Hace un par de años empecé terapia, fui a especialistas, y un día, en un viaje al extranjero, conocí a una mujer trans canadiense que me hizo ver todo con otros ojos. Volví decidida. Ahí comenzó mi tránsito.
¿Cómo fue ese proceso?
Comencé con tratamiento hormonal y con un equipo médico maravilloso, que me ha apoyado no sólo en lo físico o estético, sino también en lo emocional, espiritual y mental. Yo soy una mujer que ha trabajado toda la vida en la belleza, pero ahora me arreglo como quiero, me cuido, me veo y me reconozco. Y eso es muy, muy lindo.
¿Cómo te despediste de Cristian?
Cristian me acompañó por 62 años. Fue un gran compañero, un gran cómplice. Le agradezco lo que soy. Lo despedí con amor. Le prometí no fallarle. Yo no nací de cero, yo renací.
“NUNCA ES TARDE PARA SER FELIZ”
¿Cómo ha sido vivir este proceso en Los Ángeles?
No ha sido fácil, pero tampoco terrible. Tengo amistades que me han acompañado, clientas que me han expresado su cariño. Salgo con tacos, con cartera, con maquillaje, con la cabeza en alto. Me dicen señora, señorita. Y si alguien no entiende, no importa.
¿Te has sentido acompañada en este proceso?
Mi red de contención ha sido clave. He recibido palabras preciosas. Una clienta, el otro día, me tomó la mano y me dijo: “Para mí eres como una hija. Te admiro. Lo hiciste con clase, con dignidad”. Lloramos juntas, eso reconforta.
¿Y tu familia?
Sólo puedo decirte que he aprendido que no soy los miedos de otros. Lo importante es que vivo rodeada de cariño.
¿Qué fue lo más difícil?
El abandono. Siempre estuve esperando que volviera alguien, algo. Como la canción del Muelle de San Blas. Pero aprendí a dejar de esperar. Me perdoné. Y perdoné a todos los que no me hicieron feliz. Hoy camino libre.
¿Cómo defines hoy tu identidad?
Soy una mujer transgénero. Orgullosa. Feliz. Caminando con seguridad. Me aprendí a amar.
¿Qué haces hoy que antes no te atrevías?
Salir maquillada. Tomar una cartera y caminar tranquila. Vestirme con ropa que me gusta. No uso vestidos, no es mi estilo. Pero con una blusa linda, un pantalón elegante y buenos accesorios, me siento fabulosa.
¿Cómo se relaciona tu trabajo con tu identidad?
Van de la mano. El maquillaje es sanador. Ayuda a reconstruir la autoestima. A lo largo de mi vida he trabajado con mujeres con cáncer, traumas… He regalado pelucas, he enseñado a otras mujeres a verse lindas. He escuchado más de lo que he hablado. He sido psicóloga, confidente. Eso me ha ayudado a sanar también a mí.
¿Te sientes una referente?
Sí. Para muchas mujeres de mi edad que aún no se atreven a tomar decisiones para mejorar su vida. Para las que se quedaron en el intento. Les digo: atrévanse. Nunca es tarde. La felicidad sí existe.