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Recorriendo Nuestra Historia

EL JURAMENTO PATRIO DE LOS ÁNGELES EN 1810

Por Luis Garretón Munita

A comienzos del siglo XIX, España vivía días de gran incertidumbre. En 1808 Napoleón había invadido sus territorios y el rey Carlos IV había abdicado en su hijo Fernando VII. Las colonias americanas vieron en este escenario una oportunidad única para decidir sus destinos y comenzar el camino hacia la libertad. Pronto llegaron noticias al otro lado del Atlántico sobre el sometimiento de la Corona a las fuerzas napoleónicas. En el Río de la Plata dimitió el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y, en Chile, el gobernador Francisco García Carrasco también entregaría el mando.

En ese tiempo, Los Ángeles era el principal núcleo militar del Reino, situado en la frontera y reconocido como capital del partido de la Isla de la Laja. Esta zona era vista como un lugar propicio para la formación de ejércitos, no sólo por la cantidad de soldados, sino también por el valor y la disciplina que habían demostrado durante siglos en operaciones fronterizas. Esa condición estratégica daría a Los Ángeles y a los fuertes de la Alta Frontera un papel especial en el reconocimiento de la Junta de Gobierno del 18 de septiembre de 1810.

El Conde de la Conquista, Mateo de Toro y Zambrano, presidente de la Junta de Gobierno, envió rápidamente un oficio fechado el 19 de septiembre al comandante de Dragones de la Frontera, sargento mayor Pedro José Benavente. En él le indicaba que debía realizar en Los Ángeles y en los fuertes vecinos las ceremonias de orden y obedecimiento.

Así, el 14 de octubre de 1810, la villa de Nuestra Señora de Los Ángeles fue escenario de un acto solemne. El comandante Benavente preguntó a los oficiales si juraban a Dios o prometían al rey, bajo su palabra de honor, reconocer y obedecer a la Junta instalada en Santiago en nombre de Fernando VII y bajo la soberanía que representaba. Todos respondieron al unísono con un “sí, juramos”. El capellán Juan de Ubera añadió que, en cumplimiento de su ministerio, si lo cumplían Dios los ayudaría y, de no hacerlo, Él se los demandaría. El juramento se extendió también a la tropa.

El pueblo celebró con salvas y un Te Deum en la parroquia San Miguel, donde se ofició la misa de acción de gracias. La jornada continuó con bailes y manifestaciones de regocijo. Como gesto final, el comandante ordenó a los sargentos, tambores y compañías de milicias de caballería cubrir las cuatro esquinas de la Plaza de Armas y arrojar monedas a la gente como símbolo de agradecimiento, fidelidad y patriotismo compartido. La alegría fue tan grande que las iluminaciones, campanadas y salvas de triple cañón se prolongaron durante tres días.

Para cumplir con la orden de la Junta de Gobierno, las ceremonias también se replicaron en Nacimiento, Tucapel, Villucura, Santa Bárbara y San Carlos de Purén, todas con el mismo entusiasmo. De esta manera, la antigua Isla de la Laja tuvo un rol significativo en los primeros pasos de la naciente nación. Desde estas tierras comenzaron a soplar los vientos de independencia que, con el tiempo, darían forma a Chile, el país que hoy celebramos cada septiembre.